Zhota no sabía cuanto tiempo pasó tirado de espaldas, mirando hacia arriba con una mente tan clara como el cielo sin nubes que se desplegaba encima de la bóveda del bosque. Tampoco podía recordar lo que hizo después: curar sus heridas, salmodiar mantras de sanación, construir con dificultad una pira —mientras recuperaba la movilidad de su brazo izquierdo— con el fin de purificar el cuerpo de Akyev. Lo primero que recordó fue acercar la flauta a sus labios y soplar. Temía que no se acordaría de las notas de la canción que no había tocado desde su juventud.

Sin embargo, la tonada debió ser la correcta pues Mishka salió al claro.

—¿Zhota? —Preguntó débilmente.

—Aquí.

Mishka siguió el sonido de su voz y se detuvo a su lado.

—El demonio…

—No era un demonio, pero igual está muerto, —respondió Zhota.

El monje retiró la cinta que ataba las manos de Mishka y lo condujo hasta la cabeza de su madre. Quería darle al muchacho la oportunidad de despedirse antes de entregarla a los dioses, pero el niño sólo dijo. —No… no lo necesito, tengo la canción.

Al terminar, Zhota se preguntó qué dirección tomar. No estaba seguro de cómo reaccionaría el Patriarca al enterarse de que Akyev no regresó con la evidencia de la muerte de Mishka. Sin embargo, Zhota sabía que sería casi imposible que el regente encontrara a otro monje como el Inquebrantable, alguien a quien no le importara llevar a cabo actos de destrucción y crueldad sin sentido que atentaban contra la naturaleza misma del equilibrio.

Pese a las terribles cosas que aprendió recientemente, Zhota halló consuelo en el hecho de que Akyev y el Patriarca eran aberraciones. Como el estado de la Gorgorra misma, eran evidencia de la época de conflicto que había llegado al mundo, males que era posible corregir. Otros monjes, honorables guerreros que jamás habrían hecho lo que Akyev, arriesgaban sus vidas para rechazar a las crecientes fuerzas del caos. No cerraban los ojos ante los principios rectos que constituían los cimientos de la orden monástica, él tampoco lo haría.

Zhota condujo a Mishka de la mano fuera del claro y viró hacia el norte, en dirección a Ivgorod. Estaba decidido a informar lo acaecido a la orden; su camino jamás había sido tan claro como ahora. Por primera vez en su vida sentía que en verdad comprendía el significado de ser un monje.

Inquebrantable

Monje

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